INTRODUCCIÓN
La orfebrería es el arte de trabajar el oro. Es un saber que el hombre utiliza para transformar una materia inerte de la tierra en un objeto vivo, bello y prodigioso.
Su artífice: llámese ortebre, orífice, oribe, platero de oro o joyero, es una persona que participa de la tarea creadora de la naturaleza. Un poeta cuya gran virtud consiste en descubrir a otros las múltiples maravillas que tiene el oro dentro de sí. De sus manos brotan objetos que interpretan las infinitas formas que tienen los elementos y seres vivos del universo.
En tiempos prehispánicos, el territorio colombiano estuvo habitado por una serie de pueblos indígenas que se destacaron por desarrollar una rica, compleja y perfecta cultura orfebre, de la cual ha quedado como testimonio de su genio sólo una parte de su obra extraordinaria, custodiada y exhibida en museos y guardada celosamente bajo llave en colecciones parti- culares.
Ninguno de los pueblos indígenas colombianos que han logrado sobrevivir hasta el presente, continuó el arte que practicaron sus ancestros. Todo se olvido por completo.
La orfebrería tradicional que hoy existe en nuestro país, es una afortunada fusión de conocimientos, pro- cesos, herramientas y estilos hispanoárabes, indoamericanos y africanos que tuvo lugar en un reducido grupo de poblaciones durante el período de la colonización española.
Estas poblaciones estaban ubicadas en el espacio geográfico en que se dividió políticamente el Nuevo Reino de Granada en un comienzo. En los territorios de las gobernaciones de Cartagena y Popayán princi- palmente se desarrollaron verdaderas y fabulosas
Ciudades del Oro. Ciudades en las cuales la minería, el acopio y la fundición del oro fueron por mucho tiempo las más importantes actividades económicas.
la Villa de Santa Cruz de Mompox, Santa Fe de Antioquia, Santa María del Puerto de Barbacoas y San José de Ciénaga de Oro, fueron algunas de aquellas legendarias Ciudades del Oro.
Hoy, el oficio de transformar el oro por parte de artesanos locales descendientes de los primeros ortebres españoles, mestizos, mulatos, negros e indígenas, que lograron un gran desarrollo y perfeccionamiento, es lo único que se conserva casi intacto del pasado y también lo único que permite que se les llame todavía Ciudades del Oro.
En estas ciudades el trabajo del orífice representa algo más que el ejercicio de un oficio tradicional. La orfebrería es quizá el más importante patrimonio de todos sus habitantes. Es un símbolo de su identidad cultural y una expresión de su sensibilidad creadora.
El oro para estos orfebres, además del valor comercial que tiene, todavía goza de aquel sentido que los primeros orífices le conferían: ser símbolo de la vida, lo puro, lo eterno, lo bello y lo sagrado. Los cambios tecnológicos, introducidos en tiempos recientes, no le han hecho perder su poder mágico, su aprendizaje ritual y su gran atractivo de objeto único, antiguo y auténtico.
Conocer la historia de estas ciudades, descubrir la magia del trabajo de sus orfebres y apreciar la belleza de su arte son los objetivos de este nuevo volumen de Colombia Adentro. La orfebrería tradicional también hace parte de las múltiples raíces y rico acervo cultural de todos los colombianos.
SANTA CRUZ DE MOMPOX
Mompox es un antiguo municipio del departamento de nida que ofrece esta noble ciudad: conducir al viajeBolívar, localizado en una extensa y hermosa isla fluvialro al pasado para evocar con nostalgia sus días de que se forma entre los brazos de Mompox y Loba del gloria. gran río Magdalena. Es una joya de la arquitectura La puerta de servicio, hoy convertida en entrada colonial que se conserva casi intacta debido al aisla- principal, es un largo camino mitad agua y mitad tiemiento en que vive desde hace aproximadamente 130 rra, y lleno de incomodidades, que se inicia en un años. Para ir allí hay que hacerlo vía Magangué o El extremo de la isla y termina en una de las entradas Banco, las poblaciones más cercanas donde sí llegan laterales de Mompox. Quienes deciden ingresar por aviones y carreteras pavimentadas.
ahí, deben tomar una chalupa o un lanchón de carga Todo el interesado en llegar por Magangué, debe y pasajeros en Magangué, navegar hasta Bodega, un arribar primero al puerto de esta ciudad, también a caserío ubicado en una orilla de la isla, y allí abordar orillas del Magdalena, y allí decidir si quiere llegar a uno de los desvencijados camperos que prestan el serMompox por la puerta principal o por la entrada de vicio de transporte hasta el centro de Mompox, por servicio. Antiguamente, quienes construyeron esta una ancha carretera llena de polvo en el verano, y un villa la dotaron, al igual que cada una de las inmen lodazal en el invierno. sas casonas que posee, de una fachada con una puer Ingresar por esta puerta tiene también su encanto. El ta principal, un zaguán y otras entradas laterales. viajero tiene la oportunidad de conocer un poco mejor
La puerta principal y su correspondiente zaguán, el interior de la isla: se pasa por otros pueblos, se disque los antiguos pobladores y viajeros utilizaron por fruta de otros paisajes y se observa a los campesinos casi más de tres siglos, está representada simbólica- en sus faenas cotidianas. mente por una ancha escalinata que sube del río hasta Por su cercanía al mar y por estar ubicada en la una vieja edificación, cuyo gran pórtico sirve de trán- región donde las aguas de los ríos Magdalena, Cauca, sito entre las aguas del Magdalena y la Plaza Real y San Jorge y Cesar se reunen y dan origen a un sinnúMayor de la Concepción.
mero de ciénagas, caños y pantanos, un intenso calor Llegar directamente a Mompox por el río, desem cobija a todos los habitantes de la isla. Día y noche barcar en las escalinatas y luego atravesar el pórti- toda clase de animales y bichos se pasean libremente co, es disfrutar del más bello espectáculo de bienve por los rincones de la ciudad.
La población de Mompox ha desarrollado una doble cultura: una del agua y otra de la tierra. Unos derivan su sustento de actividades productivas en los ríos y cié, nagas. Y otros, de su participación en labores de ganadería, agricultura, comercio y artesanía.
El mayor encanto arquitectónico de Mompox está en sus tres calles principales, que corren paralelas al río e imitan sus suaves ondulaciones: La Albarrada, La Real del Medio y la de Atrás. La Albarrada, contigua a una extensa muralla que separa las aguas del río de la fachada general de la ciudad, está sembrada con grandes árboles que refrescan el ambiente; la Real del Medio abarca la parte arquitectónica más importante y tradicional de la ciudad; y la de Atrás, tiene el atractivo de que por ahí se llega al cementerio municipal, el lugar de culto religioso más visitado por sus habitantes, y donde reposan sin discriminación alguna marqueses, militares, religiosos, intelectuales, artesanos y gente del común.
La mayoría de las casas que albergan estas tres calles, parecen copias de antiguas mansiones sevillanas: casonas grandes y sólidas de mampostería de un solo piso, tejados de barro cocido, altos frentes, encumbradas tapias, elevados andenes, grandes ventanas y balcones, anchos zaguanes y portones, y amplios patios y traspatios interiores repletos de árboles y Hores.
Entre todos los elementos estructurales de su antigua arquitectura, impactan especialmente los detalles hechos de hierro forjado, madera tallada y barro cocido, que ponen de manifiesto la existencia e importancia que ha debido tener un amplio gremio de artesanos especializados en diferentes oficios desde tiempos de la Colonia.
Posee además seis iglesias antiguas, edificadas minuciosamente durante años, algunas en perfecto estado de conservación y otras en proceso de deterioro, que tienen el sello inconfundible de las construcciones del siglo XVI, como se puede apreciar en la iglesia de Santa Bárbara, la joya arquitectónica y cultural más que rido por todos los momposinos.
El principal vehículo de transporte dentro de la ciudad es la bicicleta. Casi todos se desplazan a los lugares de estudio, trabajo y residencia pedaleando. Los momposinos conducen sin prisa, se detienen para saludar y se juntan a otros para charlar mientras hacen su recorrido. Todo está cerca, al doblar la esquina, al otro extremo de la calle. Los pocos burros y bueyes que todas las mañanas recorren las calles, llevan sobre el lomo canastos de bejuco repletos de pescado, frutas y verduras, y son el mercado ambulante más tradicional de los campesinos de la región. Sólo en apariencia la vida de la gente de Mompox es sumamente tranquila y casi ascética: la gran mayoría es amiga de la bulla y el jolgorio. Las celebraciones solemnes son inclusive bastante movidas y alegres. Cuando el momposino no está con su familia, está en compañía de los amigos, los compañeros de trabajo o los miembros de una cofradía religiosa, política o literaria. El momposino es muy activo e inquieto. Siempre participa en algo: se prepara para la Semana Santa, analiza y crifica el acontecer político local y nacional, o escribe y lee ensayos y poesías.
La Semana Santa es la principal festividad religiosa. Todavía se lleva a cabo con el mismo fervor y espectacularidad del pasado. Un Viacrucis compuesto por siete procesiones, que inician la semana siguiente al Miércoles de Ceniza y culminan la víspera de la Semana Mayor, constituye el evento central de la celebración. La nutrida participación democrática que convoca, la distingue de otros acontecimientos similares que se llevan a cabo en otras ciudades del país. La organización de los actos está a cargo de una Junta Organizadora en la que colabora todo el pueblo. La participación del clero y las autoridades administrativas es puramente formal. La organización de los nazarenos y de las bandas de músicos, honores que se heredan de padres a hijos, incluye gente de todas las clases sociales.
Además del tradicional alumbrado que todos los colombianos celebran la noche del 7 de diciembre, los momposinos llevan a cabo tres concurridos y solemnes alumbrados en el camposanto local. La noche del miércoles santo, una interminable romería de personas se desplaza con flores y espermas encendidas para rezar a sus muertos. El 6 de agosto la población conmemora allí la temprana proclamación de independencia absoluta de Espoño que hizo Mompox en 1810. Y el 2 de noviembre todos regresan masivamente para rendir honor a los difuntos en su día.
LA CIUDAD MÁS FLORECIENTE DEL REINO
La historia de Mompox ha estado ligada desde su nacimiento a la vida del río Magdalena. En un principio el río le dio vida, la ayudó a crecer, la llenó de riqueza y le hizo alcanzar momentos de gloria. Nadie se sentía más vivo, feliz y afortunado en la tierra que el momposino. Luego, repentinamente, sin dar aviso y en el mejor momento de su existencia, precisamente cuando había sacrificado lo mejor de sí para el surgimiento de una nueva patria, el río se fue y la abandonó a su suerte. Mompox se volvió vieja e inservible.
Hacia el año de 1868 la ciudad se quedó sin navegación de embarcaciones de mayor calado. La feria más importante de toda la llanura del Caribe, que se celebraba en el mes de febrero de cada año, con gran cantidad de artículos nacionales y extranjeros, llegó a su fin. Los momposinos, preocupados por las netastas consecuencias económicas que trajo la sequía del río que le daba vida a la ciudad, comenzaron a buscar la forma de detener las aguas que se iban por el brazo de Loba. En 1897, las autoridades municipales con el apoyo del gobierno nacional crearon una Junta Patriótica para recuperar el caudal original, pero los recursos reunidos y los esfuerzos dedicados resultaron insuficientes.
A medida que pasaron los años, la ciudad llegó a ser casi olvidada por los gobernantes. Un caserío cercano conocido como Magangué ocupó su lugar. Actualmente, a pesar de haber perdido el prestigio comercial y cultural de otros tiempos, Mompox es un importante centro económico agropecuario y artesanal, muy apreciado por sus trabajos de orfebrería.
COMIENZOS DE LA ORFEBRERÍA
MOMPOSINA
La abundancia del oro que llegaba por el río permitió el temprano desarrollo del oficio de la orfebrería en Mompox. Para los dueños de los metales era muy favorable encomendar a artesanos locales la fabricación de objetos de oro y plata, que por aquel entonces eran necesariamente importados de Europa a precios supremamente altos. Los comerciantes, luego de tasar y pagar el Quinto Real que exigía la Corona, entregaban el oro en bruto a los orífices de su confianza para que lo transformaran. El Quinto Real era el impuesto que la Corona española reclamaba para sí de todo el mineral precioso que se extraía de América.
Los primeros maestros orfebres que hubo, probablemente llegaron tan pronto la ciudad se convirtió en una de las más prósperas e importantes del Nuevo Reino. Algunos han debido arribar junto con aquellas ricas familias y comerciantes que se mudaron hasta allí en busca de riqueza y seguridad. Otros, llegaron un poco más tarde y directamente de España, Portugal y otros lugares de Europa, atraídos por las noticias acerca de la abundancia de metales preciosos y la idea de buscar en estas tierras un mejor porvenir.
Junto con éstos, llegaron alarifes, herreros, carpinteros, ceramistas y otros artesanos, enormemente influenciados por la cultura árabe, de lo cual dan fe muchas de las obras que se conservan desde entonces en Mompox.
La iglesia católica en su proceso de evangelización, requirió del trabajo de los orfebres ya que los tem- plos, conventos y misiones que construía, exigían la dotación de toda clase de objetos litúrgicos: sagra- rios, custodias, cálices, copones, vinajeras, atriles, incensarios, navetas, calderetas, campanillas y cru- ces procesionales. .
Los servicios de los orfebres también fueron solicita dos por las distinguidas familias que habitaron en Mompox: marqueses, condes, comerciantes, militares y otras autoridades civiles de la Corona española. Estos personajes, motivados por la presencia del oro que circulaba como moneda en las distintas transacciones comerciales, pidieron a los orfebres la produc ción de una serie de objetos de uso suntuario y domés- tico que estuvieran a la altura de su rango social y poder económico: joyas, medallones, escudos, boto nes, hebillas, charreteras, empuñaduras de bastón, sables, cuchillos, estribos, espuelas, vajillas, cucharo nes, cubiertos, copas y palanganas de afeitar, entre otros.
De estos primeros orfebres, y sólo cuando las leyes españolas lo permitieron, aprendieron los orífices momposinos el oficio. Las ordenanzas para la contor- mación y funcionamiento del gremio, contenidas en la Real Cédula de 1776, exigían que los plateros y batiojas fueran españoles, pero finalmente aceptaban en el oficio, bajo ciertos requisitos, a indígenas, mestizos y_ mulatos. Ser artesanos era la mejor opción que tenían éstos para vivir con dignidad y también para ascender socialmente. Esta nueva sangre en el gremio fue ocu-
pada inicialmente en la realización de algunas tareas menores, y posteriormente, en labores más complejas, especialmente cuando los maestros de los talleres se vieron obligados a confiar plenamente en sus capacidades para poder cumplir con los múltiples encargos que diariamente les eran solicitados.
Pese a que los españoles inicialmente no mostraron ningún interés por conocer algo del trabajo de la ortebrería indígena, cuyo perfeccionamiento podía verse en los distintos objetos saqueados de sus tumbas, algunas técnicas aborígenes sobrevivieron en manos de los nuevos orfebres, quienes de acuerdo con sus necesidades, las adaptaron, perfeccionaron e incorporaron a las técnicas hispanoarabes.
La técnica orfebre de la cera perdida que dominaron los indígenas desapareció como consecuencia del proceso de destrucción cultural que se ejerció durante el largo período de colonización. Sólo algunas nociones y herramientas se conservaron mimetizadas en las nuevas técnicas traídas por los españoles. La utilización de la mezcla que sirve para el moldeo, preparada con concha de caracol marino molida, calcinada y mezclada con aceite quemado para dar consistencia, es sin duda un rezago de viejas prácticas orfebres de los indígenas.
Pocas son las piezas de la orfebrería hispanoamericana del período colonial que se conservan en Mompox. Lo que queda corresponde a objetos litúrgicos. Joyas de invaluable mérito desaparecieron al ser fundidas por los patriotas durante la lucha de independencia para sufragar los altos costos de la guerra.
LA ORFEBRERÍA MOMPOSINA
EN TIEMPOS RECIENTES
Mompox nunca ha sido una zona minera por naturaleza. El oro que requiere la orfebrería, todavía es suministrado por comerciantes y mineros provenientes de otras regiones cercanas como el norte de Antioquia y San Martín de Loba. Aunque ya nunca más en las cantidades que antiguamente se acostumbraba.
Desde los comienzos del oficio, los orfebres de Mompox dominan tres técnicas de transformación del oro: la fili grana, el moldeo o vaciado y el estampe, las cuales se han trabajado simultáneamente en algunos períodos, aunque han existido tiempos de prosperidad muy especiales para cada técnica.
La filigrana es un trabajo de ortebrería realizado con delgadísimos cordones de oro, levemente aplanados, que se obtienen de torcer dos hilos del grosor de un cabello. Estos cordones, cuidadosamente enrollados en forma de espirales y hábilmente encajados dentro de un marco, forman delicadas figuras geométricas y naturalistas que despiertan la atención de todo aquel que aprecia lo bello y lo artístico.
moldeo es una técnico que consiste en wacior el meio humolido en una motriz que contiene la forma de la pieza que se quiere elaborar. La matriz está hecha con una mezcla de coracol marino y aceite quemado y dispuesta en unos botelioncitos metálicos que facilitan la acción del vaciado.
La técnica del estampe consiste en prensar una figura contenida en una matriz de acero sobre una chapa o lámina de oro, mediante golpes de martillo. El estampador o matriz es labrado por el artesano con lima y buril. Con esta técnica también se elaboran algunas prendas del aderezo femenino: aretes, gargantillas, pulseras y anillos.
Durante los años de la Segunda Guerra Mundial, el estampe alcanzó su mayor auge, cuando comerciantes procedentes de algunos países europeos, como el rumano Isaac Voloj Keshnevir y su socio Marcos Moskovich, empezaron a llegar a Mompox cargados de oro en bruto para distribuirlo entre los talleres de los orfebres y regresar meses después por el material ya trabajado. Fue una época de bonanza, cuando aun los niños, sin un adecuado entrenamiento, y por el alto volumen de trabajo que se acumulaba, ayudaban a sus padres orfebres en la ejecución de algunas tareas.
Este floreciente período del estampe decayó, apenas Europa empezó a recuperarse económicamente del conflicto mundial. La aparición en el país de una joyería italiana de 18 quilates, introducida de contrabando, producida en serie y con un menor costo, desplazó al estampe, que cedió su lugar a la filigrana. Esta técnica requería de menos material para su elaboración y otorgaba al artesano una mayor libertad creativa, ya que el estampe imponía unos modelos y diseños establecidos para poder competir en el mercado..
Hoy, el estampe es una técnica orfebre que se trabaja en proporciones muy reducidas. Apenas se mantiene gracias al tradicional mercado de objetos religiosos que lucen los feligreses durante los ritos de celebración dedicados a los cristos milagrosos de San Martín de Loba y San Benito Abad, este último el santo más importante de la costa Atlántica.
SANTA CRUZ DE MOMPOX
Hace unos años, la continuidad de la filigrana como oficio de los momposinos estuvo seriamente amenazada, casi a punto de desaparecer, por causa de sus mismos artífices. Algunos, desesperados por la escasez de oro y de ocupación para suplir las necesidades básicas de sus familias, optaron por trabajar la cambumba: cobre forrado en oro.
Fraude que apenas tue descubierto hizo perder a la orfebrería momposina la fuerte acogida que tenía en el mercado. El gremio en su conjunto perdió igualmente lo más valioso de su profesión: respeto, confianza y credibilidad. Valores que atortunadamente todos los orfebres unidos han logrado recuperar y mantener en alto para garantizar su supervivencia y la del oficio mismo. La cambumba fue una respuesta equivocada a un momento de crisis. Ahora todos sueñan con la llegada de nuevos períodos de auge, igual a aquellos que se presentaron durante la construcción del Canal de Panamá, la bonanza de las bananeras en el Magdalena y lo Segunda Guerra Mundial, que dieron mucho trabajo y renombre a la orfe brería momposina. Este es ahora su deseo más profundo.
TIEMPO Y ESPACIO DE CREACIÓN
El orfebre momposino, desde el tiempo de la colonización española goza de un enorme prestigio, gracias a la imagen individual y social que proyecta ante la comunidad: ser una persona de reconocida seriedad, confianza, sabiduría y ecuanimidad. Méritos personales suficientes para distinguirlo. A lo largo de la historia de Mompox, hay orfebres que han ocupado importantes cargos públicos, otros que han sido llamados para actuar como jueces en la resolución de problemas y muchos más que han participado activamente en los eventos culturales de la ciudad. El artífice del oro en Mompox nunca ha sido alguien ajeno al acontecer y desarrollo de la vida local. – El taller del orfebre está situado en la misma residencia del maestro, al fondo de la casa, casi al lado de la cocina. Lejos y aislado del ruido de la calle y de las visitas que generalmente interfieren con el ritmo de trabajo.
El taller no es sólo un lugar de trabajo. Es un espacio de creación artística. La escuela de un aprendizaje que a veces dura toda la vida. Un laboratorio de experimentación. Un núcleo de organización social donde la convivencia y el respeto mutuos forman y refuerzan valores humanos y culturales que debe poseer quien desea alcanzar la excelencia en su profesión: la paciencia, la honestidad y el respeto
El taller de orfebrería está compuesto por un maestro, oficiales y aprendices. El maestro es el artesano que mejor conoce y domina la técnica de la transformación del oro, es la persona con más capacidad para dirigir y resolver problemas y a quien todo el mundo respeta por su sabiduría, responsabilidad y honradez. El oficial es un obrero ya completamente capacitado en cada una de las fases del proceso de producción. Y el aprendiz, aquel que ingresa al taller para aprender el oficio.
Hasta hace unos años, el aspirante a aprendiz tenía que presentarse al maestro en compañía de sus padres para que certificaran su buen comportamiento y honestidad. Y luego, someterse a una especie de prueba de aptitud para determinar su idoneidad para el ejercicio de la profesión. La prueba de la paciencia. Un rito de iniciación que se hacía con la intención de divertirse a costa de la ingenuidad propia de la niñez, en aquellos lejanos tiempos.
El maestro, en complicidad con los orfebres de su taller, y generalmente un día que presagiara un intenso calor, citaba al muchacho para la prueba. Al llegar, lo ponía en el centro del patio frente a una totuma grande llena de agua, le daba una cuchara de palo y le ordenaba batir el líquido hasta que cuajara. El muchacho, muy obediente, empezaba a dar vueltas y vueltas a la cuchara, sin prestar atención a las miradas maliciosas de sus futuros compañeros, quienes de vez en cuando se acercaban para arrojar hojas o gotas de supuestas sustancias químicas en la totuma. Si luego de 4 ó 5 horas el muchacho no había perdido la esperanza de poder cumplir con éxito la tarea asignada, el maestro se acercaba satistecho y le decía: Ya está bien, no siga, vaya descanse y regrese mañana, se ve que sirve para este oficio. Y es que la calma es una de las principales cualidades del orfebre.
El oro es un metal muy delicado y trabajar con las manos en proporciones casi microscópicas, presenta muchos riesgos. Su adecuado manejo requiere de una probada y controlada paciencia. Una actitud que únicamente se aprende con la práctica del oficio.
El aprendizaje de la orfebrería se hacía inicialmente con plata. Luego, cuando se dominaba lo básico de la técnica, se pasaba a experimentar con el oro. El oficio se aprendía con observación y práctica. El maestro era sólo un orientador, alguien que asignaba tareas y supervisaba su ejecución. Cuando la persona superaba la etapa de aprendiz, según su capacidad y ritmo de aprendizaje, el maestro le entregaba el metal pesado en la balanza y la herramienta de trabajo necesarios para empezar su entrenamiento como oficial.
Antiguamente, y dado el hecho de que muchos de los conocimientos de este oficio se dominaban empírica mente luego de un largo tiempo, el maestro no entre- gaba todo su saber al alumno en el proceso de ense- ñanza. Los viejos se reservaban la ejecución exclusiva de algunos procedimientos. No los realizaban a la vista de otros y mucho menos los escribían.
En Mompox, todavía los orfebres trabajan con sistemas de comprobación empíricos. Las sustancias quími- cas, por ejemplo, se identifican por su color, olor y sabor; las proporciones de las mezclas y la medición de las piezas se hace con las manos y con buenos ojos; el temple adecuado se percibe tocando el metal; el punto de fusión de los metales y una buena soldadura se verifica según su textura y color.
Actualmente, el aprendiz trabaja el oro casi desde el primer día que ingresa al taller. Ya nadie agacha la cabeza cuando el maestro muestra su enojo ante una tarea mal realizada. Las relaciones entre éste, oficiales y aprendices son menos rígidas, más libres e informa»les. Todo es mutua cooperación y respeto. Hoy en la orfebrería no se oculta nada que pueda considerarse como un secreto.
Hasta el presente, la participación de las mujeres en el trabajo de la orfebrería ha sido escasa. Generalmente, ellas realizan las tareas menos pesadas y arduas del oficio. Ejecutan labores muy afines con otras actividades que desempeñan con gran destreza, como el tejido con aguja. La mujer borda y teje cadenas con hilo de filigrana, y engasta corales y coquitos para collares.
La comercialización de la obra terminada está a cargo de la esposa del maestro. Ella sabe cómo vender. La mujer posee el don de transmitir confianza y animar al cliente a comprar. La transacción se realiza en la sala de recibo, que se encuentra después del zaguán. El costo se tija de acuerdo con el precio establecido localmente para la venta de oro trabajado. Los orfebres momposinos pesan el oro en gramos y en otras unidades un poco menos utilizadas: el castellano, el tomín y el grano. Un castellano es igual a 8 tomines; un tomín, igual a 12 granos; 1 grano igual al peso de un fósforo; un real, igual a 6 granos e igual a medio tomín; una libra de oro equivale a 100 castellanos; un castellano equivale a 4,6 gramos; un tomín equivale a 596 miligramos.
HILITO DE ORO
La filigrana es la técnica de trabajo y la expresión artística más valiosa que ha practicado durante siglos el orfebre momposino. Hablar de la orfebrería de Mompox es hablar de filigrana. El hilito de oro es el símbolo de su identidad. La continuidad en el tiempo de la mayoría de las fases del proceso y de muchos de los diseños originales, son elementos suficientes para demostrar su importancia y fuerte arraigo histórico.
La filigrana se trabaja en dimensiones de miniatura. Es una artesanía que se realiza con finísimos alambres de oro, que se consiguen después de estirar, torcer y aplanar el metal, mediante procedimientos que conjugan diversos elementos de la naturaleza con el estuerzo humano.
La filigrana requiere de un largo proceso de producción: adquirir, preparar y adecuar la materia prima; fundir, forjar y estirar el oro; diseñar, ensamblar y soldar las piezas; y lavar y pulir para obtener un mejor terminado.
Limpieza y aleación
El proceso de transformar el oro en un hilito, empieza con la limpieza de todas las impurezas que trae el metal cuando es arrancado de la tierra o es extraído de los ríos. El oro de San Martín de Loba, por ejemplo, que llega en bola porque es sacado con azogue, primero se somete al fuego para eliminar este químico. El azogue se evapora a muy baja temperatura.
Inmediatamente, el oro ya sin el mercurio, se pasa por el laminador, se pica en hojuelas y se deposita en el recipiente de una bombilla sin filamento, que contiene ácido nítrico puro. Las hojuelas en el ácido nítrico se ponen a hervir a fuego lento sobre carbones. El inicio de su purificación está indicado por la presencia de un humo rojo y su culminación, por un humo completamente blanco.
En seguida, ya que el oro es excesivamente blando, se liga con una determinada cantidad de plata y cobre para poderlo trabajar. La proporción exacta de plata y cobre se calcula a partir de la pureza que tenga el oro. Así, si el mayor grado lo tiene el oro de 24 quilates, que tiene 1.000 milésimas de pureza, para el oro de 18 quilates, que tiene entonces 750 milésimas de pureza, hay que agregar 250 milésimas de liga (3 partes de oro por 1 de liga).
Fundición y forjado
El oro y la liga se disponen en una cuchara de barro refractario, y se les aplica fuego de un soplete de gasolina, hasta fundirlos. Inmediatamente, la mezcla derretida se vierte en una rielera, un molde con una o varias pequeñas cavidades con forma de rieles, del cual se extrae luego una barra o lingote. Para que el metal fundido corra con facilidad sobre la rielera, se acostumbra poner un poco de aceite.
Una vez fría, la barra se forja en el tas con golpes de martillo, con el propósito de compactar el metal, probar su ductilidad y buscar que quede como una varilla de cuatro caras.
Laminación
y estiramiento Paso seguido, la varilla ya forjada se recuece con el soplete y se pasa por el laminador, una máquina accionada manualmente y compuesta de engranajes que mueven rodillos planos y rodillos provistos de canales de diversos calibres. A medida que la barra es introducida por cada uno de los calibres del laminador se recuece para evitar que el oro vuelva a coger su dureza.
El alambre que resulta se recuece nuevamente y se afila con una lima en uno de sus extremos para estirarlo en las hileras, unas piezas planas de hierro con 30 agujeros o palacios, graduados en micras de mayor a menor, que dan un acabado de mayor calidad que los cilindros del laminador. La estirada del alambre empieza en el palacio más ancho y termina en el de menor grosor.
Para que la hilera se mantenga completamente inmóvil mientras el alambre pasa por cada uno de los palacios, se la fija en un aparato de madera conocido como torno. Durante esta fase es igualmente necesario recocer con frecuencia el hilo de oro para que no adquiera su temple característico.
Torcida, escarchado y ennsamble
El hilo que sale de la hilera se recuece otra vez y se dobla para torcerlo con la ayuda de dos tablitas de madera. Ya torcido se aplana o escarcha en el rodi llo plano del laminador, sin dejar de recocer todo el tiempo.
Con este hilo se preparan las armaduras y el relleno de acuerdo con un diseño previsto. Las armaduras son los soportes o plantillas donde van los hilos delicadamente enrollados según el gusto o estilo del joyero. Las distintas formas de los soportes obedecen a las interpretaciones que éste tiene de una mariposa, una rana, una flor, una hoja, un pescado. Las armaduras también tienen distintas formas geométricas: un círculo, un triángulo, un óvalo. El relleno es el hilo más fino ya torcido, escarchado y enrollado que va dentro de las armaduras.
En el proceso de confección de la joya, el oribe momposino acostumbra tener a la mano el dibujo del diseño de la obra que va a ejecutar, para planear y realizar mejor cada paso del trabajo de ensamble. Su labor consiste en rellenar con hilos de filigrana los espacios vacíos de la armadura. Y su arte, en dibujar y en componer artísticamente con el hilo cada una de las figuras del diseño.
Soldadura y terminado
El paso siguiente es fijar los hilos entre sí y a la armadura que los soporta, con oro de menor quilate para que fun cione como soldadura. El oro se funde, se lima y se tamizan sus partículas hasta pulverizarlo. Para iniciar este pro ceso con la ayuda del soplete de gasolina, las piezas se disponen encima de una tabla de madera o una piearm pómez. Y la soldadura, a la que se agrega bórax y un poco de agua, se aplica con un fino alambre en forma de palita. La mayoría de los orfebres aplica la soldadura con saliva y los menos, con el humor baboso que segrega lo lombriz de tierra.
A continuación, la pieza se blanquea con una mezcla de acido citrico sal de cocina y agua. Se somete a un baño de oro de 24 quilates para emparejar el color. Se grata con agua jabonosa, y finalmente se lava con abundante agua corriente.
Antiguamente (aún lo hacen algunos orfebres), la pieza recibía un toque de color conocido como baño seco, al parecer, una práctica heredada de los indígenas. El baño seco consiste en calentar las piezas terminadas al lado de carbones de la fragua y luego enfriarlas en una mezcla de ácido nítrico y agua, por 4 ó 5 ocasiones. Este sistema ha perdido vigencia porque algunas veces las prendas no adquieren igual color en toda su extensión.
En el pasado, los viejos maestros realizaban el coloreo de las piezas los días domingos para evitar ser vistos por los aprendices y oficiales de su taller. El baño en seco era un secreto que cuidaban con celo.
ARQUEOLOGÍA DEL PROCESO
Según datos obtenidos de los orfebres más viejos, las fases del proceso de producción que se han descrito son esencialmente las mismas practicadas desde hace 150 años. Sólo se han introducido algunos cambios en las herramientas y combustibles. El baño en seco, que concede a la pieza terminada el brillo que ha caracterizado el oro momposino, todavía sigue vigente. Aunque la verdad es que cada día se practica menos.
Antes de la cuchara y el soplete de fuelle de mano y de pedal, la fundición del oro se realizaba con crisoles, unos vasos de barro refractario, que se rodeaban de brasas ardientes en la fragua de carbón vegetal.
La soldadura y aun la fundición de pequeñas cantidades de oro, se hacía con un soplete de boca, una lámpara con mechón y un cajón de madera. La boquilla era un canutillo metálico que servía para bombear aire de la boca y dirigir el fuego del mechón sobre la pieza o el crisol, que se disponían tras el cajón para evitar las corrientes de aire. La lámpara era alimentada con manteca de caimán y petróleo que llegaba de Barrancabermeja.
Cuando todavía no se conocía el laminador, la barra o lingote de oro fundido se convertía en alambre con golpes de martillo sobre el yunque. Y la estirada en las hileras, se realizaba en un aparato de madera, semejante al potro que usara la Inquisición en Mompox para torturar a quienes caían en las tentaciones del diablo.
La mayoría de la herramienta básica era fabricada por herreros locales, a quienes antes del inicio de la importación de la misma, nunca les faltó trabajo. Gracias a su habilidad, fabricaban en acero forjado hileras para estirar hilo, pinzas, alicates, tenazas. Los viejos herreros conocían y dominaban diversas técnicas de fundición y temples del acero, mediante sistemas empíricos que comprobaban al observar el color que tomaba el metal en la fragua: temple de hígado, temple de sangre, temple dorado
La posterior adquisición de la herramienta en el extranjero fue fácil, porque en Mompox había mucho comerciante que exportaba e importaba diversas clases de mercancías. De aquí salían cueros, bálsamo de Tolú, sebo de ganado y manteca de cerdo, pues esta tierra cenagosa siempre ha sido apta para la ganadería.
LA FILIGRANA IMPONE SU ESTILO
La filigrana es una técnica que impone su estilo. Con el hilo de oro se puede hacer prácticamente todo lo que el artesano se proponga. La filigrana no tiene reglas que limiten su libertad creadora. Todo está a merced de su imaginación, su sensibilidad artística y su destreza manual. Un orfebre sin estas cualidades juntas, poco o nada puede hacer. Una gran capacidad de fantasía no sirve si no se tiene el gusto artístico y la disposición manual necesarios para materializarla en una obra.
En Mompox, la mayoría de los diseños existentes son tradicionales. Gran parte permanece anónima ya que nadie pone su firma en las piezas que elabora. Apenas uno que otro orfebre es reconocido como el autor de determinado diseño, gracias a su trayectoria e importancia local y nacional. A don Luis Guillermo Trespalacios Meza, quien figura en un estudio realizado por la Universidad de Stanford como uno de los grandes artesanos de América, los demás orfebres momposinos le reconocen la autoría de algunos diseños, como es el caso de los aretes campanario. A don Guille – como todo el mundo le llama cariñosamente- se debe la conservación de antiguos y hermosos diseños como los famosos pescaditos de oro, que toda Colombia y el mundo conocen a través de las páginas de Gabriel García Márquez
Muchos modelos están asociados a familias y a talleres que a lo largo de los años se han convertido en verdaderas escuelas de diseño. Las piezas elaboradas en éstos siempre tienen un estilo y un gusto muy particular que permite identificar fácilmente a sus creadores o su fuente de inspiración.
Es importante resaltar que en Mompox, cada maestro y cada taller tiene su propia versión de los diseños tradicionales y contemporáneos. Cada maestro impone un estilo propio. Cada taller tiene un modelo especial. Ningún diseño tiene un modelo único. Nadie hace un ramo de flores igual al que elabora otro colega o taller. Esta actitud ha servido todo el tiempo para estimular la imaginación y la sensibilidad artística.
Los orfebres momposinos reconocen los estilos de cada maestro y cada taller. Cada oribe identifica fácilmente el artífice de una obra con sólo mirar algunas características del diseño y el terminado. Esto equivale a examinar las huellas de identidad.
Los diseños que no han logrado sobrevivir, se extinguieron debido al egoísmo que caracterizó la práctica de agunos maestros en tiempos lejanos. Ya no figuran en el quehacer ni en la memoria de las recientes generaciones. 5 Mompox, se han olvidado ciertos tejidos de cadena, tejidos de cordón, el tejido conocido como estropajo yelim bajo en oro grueso. Algunos ejemplares de la antigua orfebrería momposina son posibles de apreciar en lesz tividades de Semana Santa. Tiempo durante el cual los santos lucen preciosas joyas que las familias encouragan del cuidado de las andas han custodiado por largos años.
Los diseños que no han logrado sobrevivir, se extinguieron debido al egoísmo que caracterizó la práctica de algunos maestros en tiempos lejanos. Ya no figuran en el quehacer ni en la memoria de las recientes generaciones. En Mompox, se han olvidado ciertos tejidos de cadena, tejidos de cordón, el tejido conocido como estropajo y el tra bajo en oro grueso. Algunos ejemplares de la antigua orfebrería momposina son posibles de apreciar en las festividades de Semana Santa. Tiempo durante el cual los santos lucen preciosas joyas que las familias encargados del cuidado de las andas han custodiado por largos años.
Actualmente, los diseños que mejor identifican el estilo y características de la orfebrería momposina son formas que representan elementos de la naturaleza: ramos de hojas, ramos de flores, ramos de hojas y Hores, hojas, frutos, flores, pétalos, tréboles, pavos, mariposas, alas de aves, alas de insectos, caracoles, pescados, guacamayas, ranas, cuernos, lágrimas. Igualmenie, formas geométricas donde la filigrana se mueve a su antojo y crea imágenes de increíble belleza y plasticidad. Ambos grupos de formas se presentan por separado o combinadas, ya sea en la armadura o en el relleno.
La opción de trabajar la filigrana en plata, como respuesta a la escasez de oro y como una alternativa para popularizar su mercadeo, es un esfuerzo que se hace, más por no dejar morir el oficio, que por sobrevivir dignamente de él. El tiempo que se invierte en hacer una joya de oro siempre estará mejor compensado.
Los orífices momposinos merecen un mejor trato para que la filigrana tenga futuro. Requieren del apoyo de todos. Su arte es parte fundamental de la cultura tradicional y popular colombiana. La belleza y alegría que este arte brinda es una condición para aprender a apreciar lo mejor de la vida. Amar el arte es propiciar la paz.
La gran belleza y perfección que ha alcanzado el trabajo de los orfebres, es uno de los factores que ha permitido que Mompox no se haya marginado de la vida nacional e internacional. La filigrana es el hilo de vida que circula por sus venas.
Bibliografía: LAS CIUDADES DEL ORO Colección Colombia Adentro, PRIMERA EDICIÓN 1996 © Editorial Colina. Investigación y textos: Manuel Hormaza T.